En Quinchamalí, un pueblo de la Región de Ñuble, vivía una mujer muy especial. Ella enviudó muy joven y no tenía hijos, su gran compañía era la música y era una talentosa guitarrista. Nadie como ella cantaba tan lindo con su guitarra, ya fuera con cuecas alegres, refalosas y graciosas bromas. No hubo fiesta, matrimonio, bautizo o velorio en que la guitarrera no fuese la invitada de honor. Además de bonita, era ingeniosa y alegre y así su vida transcurría lindamente.
Resultó que cierta vez, en uno de estos tantos eventos en los que ella participaba, conoció a un huaso llegado de otra provincia. Ella, linda, pícara, graciosa y risueña, al ver a este huaso varonil, alegre, se acercó y se hicieron muy amigos; ambos se entendieron de inmediato. Y así, compartiendo guitarra y canciones, comenzaron un gran amor.
El tiempo pasaba y su amor iba creciendo cada vez más. Todos los días se encontraban bajo un peral con la luz de la luna o a mirarse en los reflejos de los rayos del sol de los amaneceres.
Pero al cabo de un tiempo, el huaso debió retornar a su tierra. Partió jurando amor eterno a la guitarrera, y prometiendo regresar a buscarla, y en tanto él le mandaría recados de amor con los arrieros, que cada cierto tiempo pasaban por el lugar llevando a pastar a sus animales.
Llena de esperanzas, la guitarrera esperó al huaso. Pero aguardaba en vano, pues él no daba señales de vida.
Durante su larga espera, la guitarrera iba a tocar su instrumento y cantar sus esperanzas bajo el peral, alejándose de todos sus amigos. Mientras que en el pueblo echaban de menos su música y sus bromas que animaban las fiestas.
Y así, una madrugada la encontraron muerta bajo el peral, con su guitarra en sus brazos. Comprendieron la causa y la lloraron por un largo tiempo.
Este gran amor fue el que inspiró a las alfareras de Quinchamalí, quienes hasta hoy hacen con sus manos el famoso cántaro que muestra a la guitarrera vestida de negro, que parece tocar y cantar las penas de su mal pagado amor y de su felicidad jamás cumplida.
Texto e imágenes gentileza de Daniel Jarpa Riffo
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