jueves, 31 de enero de 2013

Primarias Muy Primarias

Recientemente se importó a Chile el sistema de primarias como mecanismo de los partidos políticos para seleccionar a sus candidatos a cargos de elección popular. Incluso se aprobó una ley que las regula. Si hace algunos años se intentó resolver los problemas estructurales de ilegitimidad del sistema político con la inscripción automática y el voto voluntario –con los resultados conocidos—, hoy se insiste en la receta incorporando un sistema de primarias. Chile all ways surprising! Debemos estar entre los países que menos aprenden de su historia.
Se confunden causas con efectos. Ante un gobierno enclenque, una creciente deslegitimación de la clase política y un evidente deterioro de las relaciones al interior de las coaliciones del cogobierno, estamos en una inmejorable coyuntura para realizar cambios profundos que terminen con el pringoso legado dictatorial.
Pero el duopolio Alianza-Concertación solo sabe hacer humo. Las primarias no van a revertir el rechazo que produce un sistema político ilegítimo. La cuestión no se reduce a saber si el voto es voluntario u obligatorio, o si los candidatos son designados por cúpulas partidarias o por primarias. La ciudadanía rechaza el sistema político porque se da cuenta que fue elaborado para preservar los privilegios de unos pocos, y alejarla de toda posibilidad de participación real. De ahí que, en vez de abrirle las puertas a la democracia, nos den primarias que no deciden de nada sustantivo.

Sistema electoral, ley de partidos, Parlamento decorativo, leyes orgánicas con quórums imposibles, Tribunal Constitucional, diseño de distritos y circunscripciones, centralismo y presidencialismo exacerbados, sistema de financiamiento de partidos y campañas, en fin, todo el sistema político fue pensado para eternizar la obra dictatorial. Hasta ahora ha funcionado, con la complicidad de quienes tenían la obligación de ponerle fin pero terminaron acomodándose.
La desafección política del pueblo demuestra que la acción política fue vaciada de contenido, que la opinión popular no le importa a nadie, y que el voto sólo contribuye a legitimar una casta cuya única preocupación es mantener sus privilegios. No se trata pues de reencantar a nadie (¡no somos serpientes!) sino de repolitizar a la sociedad, y de devolverle a la política la nobleza que perdió a manos de la dictadura y de la Concertación. La danza del caño que practican unos o el ula ula programático que ofrecen otros, no sirven.

Cuando la Constitución de 1980 estaba siendo perpetrada, Pinochet recalcó la importancia de consagrar una “democracia protegida”. Uno de los referentes, suyo y de sus asesores, era Frederich von Hayek, para quien “el objetivo de la concreción institucional de un modelo de dominación tecnocrática consistía en asegurar que un uso atenuado y regulado de los mecanismos electorales fuera compatible con decisiones de óptimo racionalismo”. En otras palabras, la política debe estar privatizada pues la masa es ignorante y no toma buenas decisiones.

Como siempre nos recuerda el brillante abogado Roberto Garretón, a la hora de explicar lo que busca este diseño institucional Jaime Guzmán fue explícito, “(…) había que asegurar que si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría, porque —valga la metáfora— el margen de alternativas que la cancha imponga de hecho a quienes juegan en ella, sea lo suficientemente reducido para hacer extremadamente difícil lo contrario”. Más claro echarle agua. Esa es nuestra “democracia”, en la que todo está limitado por la camisa de fuerza diseñada por Guzmán.

¿Qué valor tiene el voto que elige candidatos impotentes para cambiar los designios de Jaime Guzmán?
En ese marco de hierro, ¿Qué importa si los candidatos son elegidos en primarias, o son designados por cúpulas partidarias o por el cara o sello?

En los primeros años de esta pseudo democracia Tomás Moulián afirmó que, dados los mecanismos protectores del statu quo, daba lo mismo si los gobiernos querían realizar cambios o no, pues aún teniendo la voluntad y la mayoría del electorado estaban imposibilitados de hacerlo.

Para Moulián, lo que teníamos en ese entonces, y que sigue vigente, era una democracia aparente. Aun cuando presenta sus signos exteriores (elecciones, posibilidad de alternancia en el gobierno, funcionamiento del parlamento y de algunos partidos), en realidad fue una creación institucional destinada a garantizar la continuidad del modelo socioeconómico de la dictadura.

Me atrevo a afirmar que las primarias, como ocurrió con la inscripción automática y el voto voluntario, sólo agudizarán la crisis institucional que vive el país.

La inscripción automática y el voto voluntario debían revertir el envejecimiento del padrón y obligar a los partidos a mejorar sus “ofertas programáticas” (para quienes detentan el poder la política es un mercado). La altísima abstención del 61% de los electores en las municipales, principalmente de los jóvenes, refleja que el remedio empeoró la enfermedad.

¿Hubo alguna propuesta programática que marcase la última elección municipal? La llamada “oferta programática” fue más nula que nunca.

Las primarias son la pomada milagrosa para la falta de legitimidad de candidatos designados por las cúpulas partidarias. Pero lo que ya no tiene credibilidad son los partidos: todo lo que hacen infunde desconfianza y rechazo en la ciudadanía. Hay medicamentos que, si no hacen ningún bien, no hacen ningún mal. Las primarias, por el contrario, agudizarán la crisis que azota a los partidos políticos.

Ganar la confianza de la ciudadanía no pasa por maquillarse un poco. Las cúpulas partidarias deciden si hacen o no hacen primarias, dónde y cuando las hacen y en qué condiciones. Con ellas las cúpulas no pierden poder: lo aumentan. Y de paso escamotean el debate, privilegian a las figuras por sobre los programas, consagran el bipartidismo de facto, privilegian el protagonismo del dinero (propio, o de los padrinos).

El primer paso que conduce al saneamiento político que exige el país pasa por la creación de estructuras políticas que sean el fiel reflejo de la nación, y de sus intereses reales. Organizaciones democráticas que acojan y hagan suyas las dinámicas de participación que se están dando en los movimientos sociales y se manifiestan en nuestra sociedad.

La política no puede estar secuestrada en manos de clanes y jaurías. Pero hay un detalle: una organización democrática no puede sobrevivir bajo el imperio de una institucionalidad que no lo es. De ahí que el único modo de transitar a la democracia consiste en cambiar la Constitución ilegítima por una emanada de la más amplia participación ciudadana vía Asamblea Constituyente. Restituyéndole su soberanía al pueblo de Chile.
Nada de eso ocurrirá por voluntad de quienes, para preservar sus privilegios, venden pomada. Las primarias son sólo una muestra de lo primaria que es nuestra clase política.



Salvador Muñoz
Cientista Político
Presidente del Partido de Izquierda PAIZ
@SALVADORMUNOZK