Cuando El Odio y La Violencia Impera, La Maldad Muestra Su Peor Cara


El jueves 8 de junio de 1972, unos niños jugaban afuera de un templo en un pueblo en Vietnam. De pronto, desde el cielo vino la muerte. Una cuadrilla de F-4 Phantom, aviones de guerra del ejército invasor yankee arrojó sobre la apacible aldea de Trang Bang decenas de bombas incendiarias. 

Una niña llamada Kim Phúc (Amanecer Dorado) quedó paralizada de terror. Y en esos segundos que se tardó en correr, la onda de calor infernal del napalm le quemó la ropa y le derritió la piel. La niña se arrancó la ropa que ardía sobre ella y aterrada, sufriendo lo indecible corrió junto a otros niños por el camino que llevaba a su aldea. 

Huynh Cong Ut tenía 21 años, y desde los 17 venía fotografiando el horror en Vietnam. Esa mañana de junio salió en su camioneta rumbo a Trang Bang. Le habían informado que los norteamericanos iba a "rociar la aldea con bombas de napalm". Cuando llegó cinco niños venían corriendo, gritando, llorando hacia él. Detrás de ellos, el infierno. Enfocó su cámara y tomó cuatro fotos. Kim Phúc pasó junto a él gritando "¡Me quema!" "¡Me quema!" mientras la piel se le desprendía como grasa derretida. El joven fotógrafo dejó su cámara y vació el agua de su cantimplora sobre el cuerpo de la niña. La cubrió con su chaqueta, la subió a su camioneta y junto a los otros cuatro niños la llevó a un hospital. 

Los médicos en el hospital se negaron a atender a la niña. Pensaron que por la gravedad de las quemaduras nada de lo que hicieran iba a salvarla. Huynh Cong Ut amenazó con denunciarlos si no atendían a la niña... Él le salvó la vida. En la cámara del fotógrafo quedaron registrados cuatro negativos. Uno de ellos, el de "la niña del napalm" se convirtió en el símbolo del horror, de toda la maldad que le es posible al imperio del odio y la violencia. 

En los primeros días los medios se negaron a publicar la foto de la niña vietnamita. No por el horror de la imagen, sino porque Kim Phúc iba corriendo desnuda. La imagen estremeció los corazones de los norteamericanos con sentido de la decencia y humanidad. Al resto de los yankees, no le movió el amperímetro y siguieron siendo las bestias que son y serán por toda la eternidad. 

En 1973 Huynh Cong Ut recibió el Premio Pulitzer por su fotografía. Tiempo después, con la fama obtenida y hastiado de la guerra se cambió el nombre a Nick Ut y se radicó en EEUU donde se dedicó a sacarle fotos a artistas y celebridades, entre otras cosas. 

Kim Phúc, tras decenas de operaciones e injertos de piel salió adelante. Se hizo cristiana a los 19 años y eso la ayudó a perdonar a quienes la quemaron viva, en la humilde aldea donde jugaba de niña. Estudió en Cuba, donde se recibió de médica odontóloga. En Cuba conoció a otro joven vietnamita con el cual se casó y tuvo dos hijos. Ambos pidieron refugio en Canadá, país que les dío la ciudadanía y donde viven hasta el día de hoy. 

Durante años Kim Phúc odío esa foto donde viene corriendo hacia tí, con la piel cayéndole derretida, gritando de dolor, con los brazos abiertos, como un pajarito que no puede volar porque le quemaron las alas. Y que por años odiara esa imagen es del todo comprensible, era una niña, estaba jugando y una bestia le hizo esa atrocidad. Por eso, después de Vietnam el Imperio Norteamericano oculta y censura todos los documentos e imágenes de sus crímenes de guerra... crímenes que siguen cometiendo. Por eso Julián Assange está preso y Edward Snowden permanece refugiado en Rusia. El monstruo no quiere que vean sus monstruosidades. 

Huynh Cong Ut tenía 21 años cuando le tomó esa foto a Kim Phúc que tenía nueve. Los dos eran "niños de la guerra". Kim Phúc había nacido en 1963 en plena invasión yankee... Huynh Cong Ut en 1952 cuando Vietnam luchaba contra el colonialismo francés. Y derrotó a esos dos países. Vietnam hoy lejos está de ser el "país comunista tan temido". El "cuco" contra el cual lucharon los yankees en nombre de los intereses de los dueños de la industria de armamentos. Y por la cual asesinaron a millones de seres humanos. Kim Phúc salvó su vida. ¿Pero cuantos de cientos de miles de niños no pudieron hacerlo...? Nadie lo sabe. Sólo sabemos que eran niños. Y que jugaban como niños.

Por Jon Kokura

Comentarios