martes, 6 de noviembre de 2012

El Solista... Por Alicia Pereda

Era un asiduo asistente a los eventos culturales que se realizaban en la gran sala del Teatro de la ciudad. Llegaba antes que ninguno para obtener uno de los lugares de privilegio y no perderse así nada de lo que allí ocurriese. El problema, por lo general, eran los guardias del recinto que exigían una presentación formal como lo indicaba el protocolo en las funciones de gala, protocolo que él no quería o no sabía cumplir.

Siempre terminaba parado en la puerta del recinto discutiendo, muchas veces a viva voz, exigiendo sus derechos de ciudadano honrado con los inflexibles guardianes de la cultura que terminaban por ceder ante su petición de un vaso de agua para enmascarar el aliento a vino rancio.

Aquella tarde nadie se dio cuenta cuando entró a la sala. Aquel hombre de andar pausado y magra figura, irguiose en toda su estatura en medio del paltó. Con manos temblorosas arregló su pelo que caía en mechones sucios y descoloridos sobre su frente. De un desgastado estuche que tenía impresas las huellas de vasos y grasa de comida en la tapa, sacó un antiguo violín que brilló cuando el hombre lo puso bajo su barbilla. La maravillosa melodía de aquel Capricho quebró la soledad del teatro, y de cada nota flotó una lágrima trémula que abrió las corolas adormecidas en los jarrones polvorientos.

Desde un retrato colgado de la pared resquebrajada Paganini sonreía.

Alicia Pereda
Poetisa de Nuestra Tierra
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