sábado, 17 de abril de 2010

¿De Qué Patrimonio Estamos Hablando?

Estamos desvirtuando el concepto de patrimonio cultural. El ruidoso llanto por el adobe y la teja, por las casas patronales y las iglesias que se vinieron abajo, ha llegado a un límite. A muchos les ha bajado una nostalgia incomprensible y que raya en la ridiculez. Sobre todo si consideramos que nuestro patrimonio es mucho más vasto que las casas de pueblo, y que por ellas nunca se hizo nada. No es el momento de gimoteos, sino de pensar en cómo remediar el desastre. La reconstrucción es una oportunidad para hacer un país con mayor conciencia de su pasado.

Cuando se habla de lo que se hará por las ciudades y pueblos arrasados rara vez se consideran los factores culturales que dan valor a estas zonas. Tampoco se piensa mucho en dignificarlas. Pareciera que nadie se está preguntando qué vale la pena construir y apoyar. La verdad es que antes del 27 de febrero, gran parte de nuestro patrimonio ya estaba en el suelo. Es cierto que algo se ha avanzado en aspectos de gestión gracias a algunas instituciones culturales. Pero son excepcionales y con recursos escasos. No nos debería extrañar que se haya destruido parte de la Biblioteca Nacional y que los museos presenten graves averías. Estos edificios han sido mantenidos con recursos mínimos. Poseen instrumentos tecnológicos precarios, pocos guardias y escaso personal. En provincia las cosas son peores, me consta: las escasas bibliotecas y museos funcionan gracias al tesón de personas y no al apoyo del Estado o los privados. Siendo así, debiéramos rasgar tanta vestidura por perder lo que nunca supimos cuidar? En ese sentido mostramos un subdesarrollo ejemplar y una hipocresía feroz. Lo medular es asumir que el patrimonio nacional no son sólo los edificios. También lo constituyen obras y personas que nos distinguen como país, que funcionan como espejos de nuestra sociedad y conforman el nervio de la memoria colectiva. Habría que aprovechar este instante de conciencia para empezar a preocuparnos antes que sea tarde de los autores y su trabajo. Si nos importa el patrimonio, no lo evaluemos por encuestas, no lo convirtamos en un espectáculo ordinario y limitémonos a realizar cuestiones urgentes, como por ejemplo, evitar que nuestros artistas consagrados vivan en la pobreza, otorgarle a sus obras el valor que merecen y tener un Estado que compre cultura y propicie la discusión crítica. Es apremiante que los museos puedan pagar los seguros de las muestras internacionales que nos ofrecen y que tengan una infraestructura capaz de recibir exposiciones que hasta el momento sólo llegan a Argentina, como una retrospectiva de Warhol que nos perdimos. Necesitamos agentes culturales que no anden pidiendo dinero como caridad. La cultura no es un adorno, ni le corresponde ocupar ese lugar. Es pertinente que no se la mire en menos.

Nada se reconstruye bien sin considerar los efectos culturales. Por eso es crucial que el ministro del área tenga rango y los fondos para ayudar y apoyar con fuerza. Debe ser un sujeto con poder suficiente para que su trabajo irradie hacia la educación y la imagen del país. Los privados -por su parte- deberían demostrar que quieren aportar donando obras de valor y construyendo edificios planeados por arquitectos de nivel internacional. Eso nos pondría a otro nivel. Las elites
de los países influyentes siempre se han caracterizado por su aprecio a la cultura. Los museos y bibliotecas del primer mundo están marcados por la generosidad de los más ricos. Así se pensaron las civilizaciones, con filantropía y con respeto a quienes saben hacer cosas que perduran mucho más que el dinero.

Matías Rivas
Director de Publicaciones de la Universidad Diego Portales
Columna Publicada en El Diartio La Tercera

Nota: No solemos copiar y pegar, preferimos el material que nos llega de nuestra tierra, pero en esta ocasión y a solicitud de nuestra conciencia hemos decidido copiar tal y como estaba.

Nota 2: Preferimos arquitectos de calidad... No importa el lugar de donde vengan.