Traducido para Rebelión por Antoni Jesús Aguiló y José Luis Exeni
¿Por qué la actual la crisis del capitalismo fortalece a quienes la han causado? ¿Por qué la racionalidad de la “solución” a la crisis se basa en las previsiones que hacen y no en las consecuencias, que casi siempre las desmienten? ¿Por qué es tan fácil para el Estado reemplazar el bienestar de los ciudadanos por el bienestar de los bancos? ¿Por qué la gran mayoría de los ciudadanos asiste a su empobrecimiento y al enriquecimiento escandaloso de unos pocos como algo necesario e inevitable para evitar que la situación empeore? ¿Por qué la estabilidad de los mercados financieros sólo es posible a costa de la inestabilidad de la vida de la mayoría de la población? ¿Por qué los capitalistas, en general, individualmente son gente de bien y el capitalismo, en su conjunto, es amoral? ¿Por qué el crecimiento económico es hoy la panacea para todos los males de la economía y la sociedad sin que se pregunte si los costes sociales y ambientales son o no sostenibles? ¿Por qué Malcolm X tenía razón cuando advirtió: “Si no tenéis cuidado, los periódicos os convencerán de que la culpa de los problemas sociales es de los oprimidos y no de los opresores”? ¿Por qué las críticas de las izquierdas al neoliberalismo entran en los noticieros con la misma rapidez e irrelevancia con la que salen? ¿Por qué son tan escasas las alternativas cuando son más necesarias?
Estas preguntas deberían forman parte de la agenda de reflexión política de las izquierdas, o pronto serán remitidas al museo de las felicidades pasadas. Ello no sería grave si no significara, como significa, el fin de la felicidad futura de las clases populares. La reflexión debería partir de aquí: el neoliberalismo es, ante todo, una cultura del miedo, del sufrimiento y la muerte para las grandes mayorías; no es posible combatirlo con eficacia sin oponerle una cultura de la esperanza, la felicidad y la vida. La dificultad que las izquierdas tienen para asumirse como portadoras de esta otra cultura resulta de haber caído durante mucho tiempo en la trampa que las derechas siempre han utilizado para mantenerse en el poder: reducir la realidad a lo que existe, por más injusto y cruel que sea, para que la esperanza de las mayorías parezca irreal. El miedo en la espera mata la esperanza en la felicidad. Contra esta trampa es necesario partir de la idea de que la realidad es la suma de lo que existe y de todo lo que en ella está emergiendo como posibilidad y como lucha por su concreción. Si no son capaces de detectar las emergencias, las izquierdas pueden sucumbir o acabar en el museo, lo que a efectos prácticos es lo mismo.
Este es el nuevo punto de partida de las izquierdas, la nueva base común que después les permitirá divergir fraternalmente en las respuestas que den a las preguntas formuladas. Una vez ampliada la realidad sobre la que hay que actuar políticamente, las propuestas de las izquierdas deben resultar creíbles para las grandes mayorías como prueba de que es posible luchar contra la supuesta fatalidad del miedo, del sufrimiento y la muerte en nombre del derecho a la esperanza, la felicidad y la vida. Esta lucha debe orientarse por tres principios clave: democratizar, desmercantilizar y descolonizar.
Democratizar la democracia, porque la actual se ha dejado secuestrar por poderes antidemocráticos. Es necesario evidenciar que una decisión tomada democráticamente no puede quedar anulada el día siguiente por una agencia de calificación o por una bajada en la cotización de las bolsas (como podría suceder próximamente en Francia).
Desmercantilizar significa mostrar que usamos, producimos e intercambiamos mercaderías, pero que no somos mercaderías ni aceptamos relacionarlos con los demás y con la naturaleza como si sólo fuesen una mercancía más. Antes que empresarios o consumidores somos ciudadanos y, para ello, es necesario suscribir el imperativo de que no todo se compra ni se vende, que hay bienes públicos y bienes comunes como el agua, la salud y la educación.
Descolonizar significa erradicar de las relaciones sociales la autorización para dominar a los otros bajo el pretexto de que son inferiores: porque son mujeres, porque tienen un color de piel diferente, o porque profesan una religión “extraña”.
Boaventura de Sousa Santos es sociólogo y profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal).
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=147736
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