viernes, 28 de octubre de 2016

SENAME La 'Olvidadera' Chilena

Polítika 28 de octubre: "Piecesitos de niño... azulosos de frío... Cómo os ven y no os cubren Dios mío!"... Pobre Gabriela Mistral, ni en sus peores pesadillas debe haber imaginado algo parecido al SENAME y la incuria del Estado de Chile, de La Moneda para abajo... Un grito desde lo más profundo del corazón, de Arturo A. Muñoz.


SENAME, la “olvidadera” chilena
Las voces desgarradas y los gritos en sordina de miles de niños enclaustrados en una de las “instituciones que funcionan”, sacuden nuestra conciencia. Recién despertamos lanzando voces de quejas; para esos menores, voces tardías e inútiles.

Escribe Arturo Alejandro Muñoz

Son miles las páginas que autores y articulistas han destinado a criticar con dureza uno de los rasgos más despreciables de nuestra sociedad: el clasismo rayano en el racismo. Nuestra xenofobia –que habría que llamar endofobia– está orientada al interior: ese defecto que caracteriza a estratos sociales diferentes deja caer su inaceptable desdén sobre los pueblos y etnias originarias.

Esos desmadres de compatriotas que replican frases y opiniones ya superadas por la Historia y la realidad, no han requerido –como argumento necesario– basarse en la idea del “espacio vital”, ni menos aún procurar la conformación de una especie de raza superior. Suele suceder que no bien avanza un chileno dos pasos allende nuestras fronteras latinoamericanas, reciba el desprecio de los racistas del primer mundo para los cuales somos ‘sudakas’.

Tampoco obedece todo esto a cuestiones religiosas (aunque a veces se utiliza la burla contra quienes profesan determinados credos). Es, en suma, un clasismo local, autóctono, no por ello menos dañino y peligroso.

Recientemente quedó en evidencia un nuevo grave hecho de racismo, xenofobia y brutalidad policiaca en pleno Santiago, con grabaciones que demuestran el nivel de vulgaridad y bajeza de los agentes de un Estado policial.

Un joven Venezolano –Carlos Díaz, que logró grabar su propia detención– fue brutalmente golpeado por carabineros luego de intentar ayudar a un ciudadano haitiano que era detenido con extrema violencia por no haber pagado el pasaje en el Transantiago. En esa grabación (que se puede encontrar en Google y Youtube) se escuchan audios despectivos e insultos por parte de la policía.

Días antes, una mujer mapuche, que se encontraba detenida y en proceso judicial, dio luz en un hospital sureño, pero los funcionarios de gendarmería la engrillaron durante la cesárea porque así lo indicaba “el protocolo” de su institución.

Esos son los entremeses del plato fuerte: los desamparados niños del Servicio Nacional de Menores (SENAME).

Desde el 01 de enero de 2005 al 30 de junio del presente año, 210 niños fallecieron bajo el cuidado del SENAME. También perdieron la vida otros 406 muchachos que se encontraban en el sistema ambulatorio (programas complementarios y organismos colaboradores).

En ese mismo período, según indicó la autoridad, 33 adolescentes que cumplían condena fallecieron en los centros de rehabilitación directa del servicio de justicia juvenil, así como otros 216 que eran parte de los programas ambulatorios del mismo organismo.

En total, en un período de once años (2005-2016), 865 menores fallecieron mientras se encontraban bajo la administración y ‘cuidados’ del SENAME, esa ‘olvidadera’ de la democracia chilena.

Las ‘oubliettes’ (olvidaderas) eran, durante la monarquía absoluta, las grutas cavadas bajo los cimientos de los castillos, a las cuales el todopoderoso monarca anviaba a sus enemigos o a quién le diera la gana. Y allí les olvidaba, y morían de hambre y de sed, y sus cuerpos eran devorados por las ratas.

Eso es el SENAME en Chile. Una ‘olvidadera’.

Las cifras mencionadas fueron entregadas al conocimiento público a comienzos de octubre de 2016 por Solange Huerta, directora de ese servicio dependiente del Ministerio de Justicia.

¿Serán correctas? ¿Habrá más? La duda corroe el alma y obliga a explicitar los temores.

En cualquier país civilizado estos hechos habrían provocado el despido masivo de la jerarquía, profesionales y trabajadores de esa institución, y la inmediata renuncia de autoridades superiores (incluyendo a ministros y a jueces de las cortes de alzada), así como, obviamente, el inicio de procesos judiciales que llevarían a muchos de los responsables a vivir largas temporadas en una cárcel pública.

Pero, en Chile, país que perdió hace tiempo su capacidad de asombro y la noción de justicia, esto no pasa más allá de ser noticia un par de días, amén de un par de lamentos hipócritas. Luego, todo continúa como antes del sollozo oportunista.

Duele decirlo, y aún más reconocerlo: a los niños desvalidos, a esos mocosos provenientes de familias carenciadas, de medios y barrios empobrecidos a fuerza de olvido oficial, nuestra sociedad siempre los consideró delincuentes juveniles, del mismo modo que siempre consideró que los pobres son haraganes, razón esencial de su miseria.

El clasismo logra aquello, asociar pobreza con delincuencia. Eso permite que 865 menores, bajo la responsabilidad del Estado de Chile, hayan muerto –¿asesinados?– por obra y gracia de ese mismo Estado que construyó la “olvidadera” en que hacinó a niños pobres junto a verdaderos delincuentes juveniles.

Una “olvidadera” criolla en la cual se producía, voluntariamente, el aislamiento y la separación odiosa de una parte de nuestra juventud, replicando la ‘solución’ administrada salvajemente por la Alemania nazi hace 75 años en Varsovia. Y que terminó siendo, como en la capital polaca, un recinto mortal para 865 menores.

Si estas palabras parecen demasiado fuertes, piense Ud. en la muerte programada de esos 865 menores, dígase que estaban bajo la “protección” (sic) del SENAME, organismo del Estado dependiente… ¡del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos!

Justicia, Derechos Humanos… vaya ironía. Humor negro.

En medio de una crisis política terminal, ¿se puede esperar de nuestras incompetentes y corruptas autoridades que actúen con un mínimo de dignidad y decoro?

La apreciación oficial señala cuán necesaria resulta ser una separación física efectiva de menores en situación de desmedro y vulnerabilidad con respecto de aquellos que han caído en las garras de la delincuencia común.

¿Acaso hace falta señalar que no se puede juntar en el mismo establecimiento a los narcotraficantes y a los niños víctimas de enfermedades respiratorias? ¿Qué cree haber descubierto la autoridad pública? ¿La rueda? Y si estima que se trata de dos poblaciones sustancialmente distintas, ¿porqué las mantiene en los mismos recintos?

Las cínicas celebraciones de una supuesta “disminución de la pobreza” encuentran en estos hechos el espejo que devuelva la imagen real.

Es imprescindible iniciar seriamente la lucha contra la cadena de la pobreza, cuyos eslabones se inician con padres carentes de calificación técnica-laboral, abandonados a actividades de baja remuneración. Ello impide estructurar un hogar físicamente digno y anímicamente positivo, provoca depresiones y desesperanzas combatidas erróneamente con alcohol y drogas gatillando males peores.

Esas familias que no le interesan a nadie –no tienen poder adquisitivo– crían hijos carentes desde la cuna, que se suman como nuevos eslabones a la misma cadena de la pobreza. Así la cadena se prolonga y se eterniza.

El Estado, entonces, “atiende” a los menores provenientes de esa realidad, condenándoles al SENAME, una “institución “que funciona”, una “olvidadera” eficiente que les hace desaparecer rápidamente.

Así, la sociedad chilena insulta a los pobres en su calidad de seres humanos, de personas con derechos ante la ley, ante las instituciones, ante sus semejantes.

Las voces desgarradas y en sordina de miles de niños enclaustrados en una de esas “instituciones que funcionan”, esas “olvidaderas”, sacuden nuestra conciencia.

Si no cortamos de una buena vez los eslabones de la cadena de la pobreza, este sistema salvaje llamado capitalismo neoliberal continuará levantando “olvidaderas” por doquier, hasta que todos, sin excepciones, nos habituemos a ellos y les consideremos parte activa y normal de nuestro modo de vida