Este local tiene cierto atractivo que me hace llegar cada vez que puedo darme un tiempo... un gustito. Atractivo que se hace patente en etapas de una vida, donde uno desearía estar lleno de recuerdos... llego casi como si fuera cliente habitual, aunque quien me atienda no me reconozca, o solo haya llegado no más de 10 veces.
Es algo muy similar a cuando me tocaba viajar de Los Ángeles a Concepción y me parapetaba en el Saladino las veces que tenía que presentar algún proyecto en Conce. O cuando ya asentado en Conce me hice adicto de esos completos del Marbella (y por supuesto la atención que ofrecían quienes trabajaban en ese local esquinero)... A la final son espacios donde dejar descansar el cuerpo y hacer trabajar la mente (incluso en esos ocios productivos tan usados como escusa)...
Así como ellos está el Blasco, tal vez no por su menú, pero si porque ha sido testigo de pequeños puntos de mi vida donde algo especial estaba ocurriendo. Lo cierto es que aquí conocí la mirada felina de una bella mujer, el atractivo y sensual movimiento de una joven venezolana, aquí descansamos con mis hijos luego de una marcha por la Alameda, escribí 3 poemas sobre sus servilletas o simplemente me pasé a tomar un shop... pero siempre en el 2do piso. Mañas que tiene uno.
Más allá de lo puntual, este y otros espacios los siento parte de mi historia, los recomiendo y los disfruto como si fuesen una parte de mi. Extraña concepción del sentido de propiedad cuando cuando más que valorar lo físico, se me da a veces que mis vinculaciones emocionales toman nombre y forma.
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