sábado, 1 de marzo de 2025

“Ni Washington Ni San Martín”. La Labor De Rufino Blanco Fombona En La Construcción De Simón Bolívar Como El Libertador De América°


Hacia comienzos del siglo XX, el político e intelectual venezolano Rufino Blanco Fombona se lanzó a reconstruir y publicitar activamente la gesta y el pensamiento de Simón Bolívar tanto a nivel nacional como internacional, con el objetivo último de presentarlo y posicionarlo como el auténtico Libertador de América. Para ello, encontró en el nacionalismo “exclusivista” argentino y el imperialismo estadounidense, así como en las figuras de San Martín y Washington, dos adversarios fundamentales capaces de revelar la excepcionalidad del proyecto bolivariano, contribuir a despejar el camino para una Venezuela que —no obstante sus gobernantes de turno— detentaba una grandeza originaria y, en última instancia, situar al responsable de llevar a cabo esa empresa en un lugar de auténtica conciencia moral y clarividencia intelectual en la escena cultural hispanoamericana de la época.

 

Ensayo escrito por María Laura Amorebieta y Vera

Fuente: Cuadernos del Sur – Historia 53 (2024), 177-199, E-ISSN 2362-2997

 

Bolívar En La Gesta Emancipadora Y La Organización De Los Estados En Hispanoamérica

 

Una de las principales preocupaciones del intelectual consistió en demostrar la centralidad y excepcionalidad que tuvo Bolívar al momento de sellar la derrota del ejército español en América y sentar las bases para la construcción de un orden republicano. Para ello, Blanco Fombona prestó especial atención a otros héroes y experiencias revolucionarias con el objetivo de respaldar sus tesis centrales, concentrándose en dos casos específicos que, según su opinión, mejor ilustraban el carácter extraordinario de la obra política y militar del Libertador. Así pues, el 29 de marzo de 1906, Blanco Fombona escribía desde la cárcel lo siguiente:

 

A Bolívar no se le puede comparar con Washington porque Bolívar es un genio, mientras que Washington no fue sino un gran hombre (…). Ni con San Martín, el otro capitán de Suramérica, porque San Martín no fue sino un general, un gran general, mientras que Bolívar fue un Caudillo continental, un legislador, un tribuno, un escritor, un genio político. San Martín puede compararse más bien con Sucre y con Washington, a quienes iguala en desprendimiento patriótico. Con Bolívar no. Hay desemejanzas de temperamento: San Martín era severo, frío y Bolívar arrebatado y elocuente; desemejanza de educación: San Martín se levantó en los cuarteles y Bolívar en los salones; desemejanza de tendencias políticas: San Martín, servidor del absolutismo de Carlos IV, era conservador y monarquista, Bolívar liberal y republicano; desemejanza de cultura: San Martín ignoraba hasta la ortografía, mientras que Bolívar era un pensador, un artista de la palabra escrita y de la palabra hablada. 

 

Con Washington la diferencia es también grande. Washington nace pobre y muere rico. Bolívar nace rico y, en servicio de América, se arruina. Washington, en vida, no da libertad a ninguno de sus esclavos negros. Bolívar en una sola de sus haciendas patrimoniales, otorga la libertad a 1.000 negros que valen 300.000 dólares. 

 

Ni  Washington  ni  San  Martín  columbraban  el  futuro;  Bolívar  lo  predecía, no por don profético sino por inducciones e intuiciones geniales” (Blanco Fombona, 2004). 

 

Si Bolívar resultaba, para el escritor venezolano, un héroe inigualable, aunque injustamente menospreciado e ignorado, entonces confrontarlo con las célebres figuras de Washington y San Martín podía servir para ejemplificar y difundir la superioridad política, militar, cultural, ideológica y moral del primero. De modo que, puestos uno al lado del otro, el Libertador no solo resultaba un “genio político”, sino el auténtico exponente y principal defensor de la empresa independentista, del republicanismo e, incluso, del humanismo a nivel continental y mundial. 

 

En efecto, a diferencia de Washington, a quien no le quitaba “una hora de sueño” lo que sucedía “más allá de sus patrias fronteras” y quien predicaba “a su país el aislamiento indiferente que él deseaba para sí mismo”, a “Bolívar lo devoró la inquietud de la libertad y de la humanidad” (Blanco Fombona, 2004). 

 

Según Blanco Fombona, “nada humano le fue indiferente”, lo cual explicaba que hasta hubiera soñado “con llevar la independencia a Filipinas y la República a España”. El ejemplo del héroe norteamericano, quien había efectuado “una carnicería de colonos franceses” “campañas contra los indios, a la sombra del Gobierno colonial” (Blanco Fombona, 1981), le resultaba nuevamente apropiado para probar la naturaleza idealista y altruista de Bolívar: 

 

Llega la revolución de su patria por razones independientes a la voluntad de Washington: el Congreso le nombra jefe del Ejército. “Obligados a tomar las armas —dice a sus tropas—, no soñamos ni gloria ni conquistas; pero queremos defender hasta la muerte nuestros bienes y nuestra libertad, heredados de nuestros padres”. 

 

Los bienes heredados preocupan su espíritu tanto como la libertad. En Bolívar no ocurre nada semejante. (…) 

 

Washington  tiene  las  limitaciones  y  el  egoísmo  práctico  de  su  raza. Bolívar piensa en el mundo, Washington en su tierra (Blanco Fombona, 1981).”

 

Igualmente, Blanco Fombona se serviría de algunos juicios que historiadores y políticos chilenos habían elaborado sobre la personalidad y el accionar de San Martín, los cuales le posibilitaron seguir nutriendo la idea de que Bolívar había sido ideológica y moralmente superior no solo a Washington, sino también al héroe argentino:

 

San Martín era taciturno; astuto, intrigante, desconfiado; Amunátegui y Vicuña Mackenna, sus admiradores, escriben en “La Dictadura de O’Higgins”, respecto al rioplatense: “En política no tenía ni conciencia ni moralidad. Todo lo creía permitido. Para él todos los medios sin excepción, eran lícitos”. “Por temible que fuera en un  campo  de  batalla,  lo  era  todavía  más  dentro  de  un  gabinete  fraguando tramoyas, armando celadas, maquinando ardides…”.

 

Así  desaparecieron  asesinados:  Manuel  Rodríguez,  el  tribuno  Liberal;  los  hermanos  Carrera,  primeros  libertadores  de  Chile;  Ordóñez, el jefe español vencedor en Cancha Rayada; otro jefe de la Península, Osorio, y los demás prisioneros españoles de San Luis. Bolívar mató mucha más gente; pero de otro modo: dicta la franca proclama de “guerra á muerte, fusila á la luz del sol” (Blanco Fombona, 1913).

 

Por lo tanto, aunque Bolívar también había cometido fusilamientos, lo habría hecho mientras era “el más débil”, cuando era “solo un Jefe revolucionario” que no ocupaba “más territorio sino el que” ocupaban “sus tropas” (Blanco Fombona). Cuando se convirtió en “jefe del Estado, de veras Presidente, con una Capital y un Gobierno estables”, el Libertador —remarcaba Blanco Fombona— “casi siempre” perdonaba (1981). En este sentido, la atribución a Washington de un carácter egoísta y materialista, así como a San Martín de un espíritu conspirador y desleal, le permitían al escritor venezolano erigir, por contraposición de términos, la imagen de un Bolívar honrado, generoso y bondadoso, cuya obra —no dudaba en afirmar— había sido “una de las más raras en la historia del mundo”, ya que había cumplido “casi sin elementos y a despecho de la naturaleza y de los hombres, una de las empresas más grandiosas que tocó (…) a un héroe” (Blanco Fombona).

 

A su vez, ese argumento parecía verse aún más reforzado si se prestaba atención a la dimensión cuantitativa de la gesta bolivariana. Es que, según recordaba Blanco Fombona, el Libertador había “emancipado cuatro veces más millones de colonos que Washington”. Asimismo, “mientras San Martín libró en América solo dos batallas y un combate, con pérdida de 1.027 soldados, Bolívar asienta su gloria de guerrero sobre cuatrocientas setenta y dos acciones de armas”. A ello era posible añadir que el prócer argentino había cruzado “los Andes una vez”, a diferencia del fundador de la Gran Colombia, que “los pasó, con ejércitos triunfales, varias veces”.

 

Sin embargo, habría habido un aspecto central en la trayectoria de Bolívar que lo distinguía de los otros dos héroes continentales, posicionándolo en un lugar de indiscutida excepcionalidad:

 

Bolívar no consintió en ceñirse la corona. Por una u otra razón no consintió: “El título de Libertador —escribe a Páez— es el mayor de cuantos ha recibido el orgullo humano. Me es imposible degradarlo”. No creían que siendo tan poderoso fuera tan abnegado. Benjamín Constant escribió en un periódico de París: “Si Bolívar muere sin haberse ceñido una corona, será en los siglos venideros una figura singular. En los pasados no tiene semejante. Washington no tuvo nunca en sus manos, en las colonias británicas del norte, el poder que Bolívar ha alcanzado entre los pueblos y desiertos de la América del Sur”. 

 

Pero Bolívar despreció cetro y manto imperiales. (…)”

 

Y si no consintió en ceñirse la corona tampoco convino en que Colombia llamara a un rey extranjero (…).

 

Y si no aceptó la corona, ni quiso que un extranjero viniera a ceñírsela en Colombia, impidió también, por medio de la diplomacia y aun de la firmeza, que otras secciones de América se monarquizasen y se diesen a príncipes europeos”. 

 

De esta forma, Fombona haría especial hincapié a lo largo de sus escritos en la extraordinaria cantidad de poder acumulada por el Libertador, su firme abnegación expresada en su negativa a coronarse y, sobre todo, en su lucha por establecer en el territorio americano la forma de gobierno republicana. Esto lo llevaría a adentrarse en el debate sobre monarquismo y republicanismo y, específicamente, a subrayar que las tendencias “monárquicas” desplegadas en una importante porción del subcontinente americano habían surgido de la mano de San Martín y las autoridades argentinas: 

 

La Argentina solicitaba un hijo de Carlos IV para rey de aquella sección  americana….  Bolívar  escribe, dirigiéndose al director supremo de los Estados Unidos del Río de la Plata: “Ligadas mutuamente entre sí todas las repúblicas que combaten contra la España, por el pacto implícito y a virtud de la identidad de causa, principios e intereses, parece que nuestra conducta debe ser uniforme y una misma…”. 

 

Con el Perú fue más explícito. El general San Martín había celebrado  en  Punchauca  un  pacto  con  el  virrey  Laserna,  pacto  por  el cual se sometería y entregaría el ejército patriota al virrey, y San Martín en persona se embarcaría para España a solicitar (…) un príncipe para el Perú, país que debía erigirse en monarquía, con Chile y la Argentina. Si bien dicho pacto, útil para acabar con la guerra, nunca se concretó, permitió a los patriotas disponer de tiempo suficiente para engrosar sus filas y disponerse a llegar a Lima en mejores condiciones. 

 

Fuente: Cuadernos del Sur – Historia 53 (2024), 177-199, E-ISSN 2362-2997