Entro en la selva de los dorados árboles quejumbrosos
donde la luz se dilata en campos grises y sombras
para buscar los últimos reductos vírgenes de hojas verdes
Acariciar con mis dedos los ásperos nudos
que van marcando el paso lento de los años y
recoger en mis manos las lágrimas del amanecer
para lavar la cara de la luna que se despierta
acurrucada entre las agujas de los viejos gigantes
que han compartido sus secretos y misterios
de incontables inviernos y despertado a tantas primaveras.
Entro a los senderos trazados por los pies descalzos
de aquellos que leyeron en cada remanso
la historia de esta selva que muere lentamente
con cada soplo de viento que llega desde el mar oxidado
abro mis sentidos a cada susurro, siento en mi piel
el dulce sabor de los aromas que aun encierra
que se dilatan y se expanden entre las quebradas
elevándose en la tarde en humos verdes
Voy entrando al corazón del último reducto
que se resiste a morir bajo la feroz mordedura del acero,
ahí donde el agua desta sus hebras de plata
y baja ebria de luz y coloridas mariposas llevando
en su seno la sabia que alimenta y nutre la tierra
Y después, cargado de aromas y envuelto en la capa
gris de la niebla que me cubre como a un amante
que ha mostrado su denudez por vez primera
me alejo de este reino de verdes campanas y lágrimas
y susurros y lunas prendidas a las faldas de los cerros.
Alicia Pereda Saavedra
Poetisa
viernes, 21 de agosto de 2009
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