Por Jon Kokura.
Hoy me echaron del trabajo por viejo y enfermo. Hace rato que tenían ganas de echarme, lo hicieron hoy. No sé hasta cuando voy a tirar con la plata de la indemnización por despido, creo que hasta que deje de pagar el alquiler del cuarto donde vivo. Después de eso, chau.
Me había acostumbrado a este lugar, sólo por los atardeceres y ella. La mujer que trabaja en la librería de la esquina. De tanto ir a comprar cualquier cosa aprendí su nombre; Melissa. Suena como susurro de campos de algodón.
Es bella, para mí la mujer más bella del mundo. Es encantadoramente dulce y cuando me mira sus grandes ojos negros cruzan mis pupilas como niños corriendo.
Por ella, este cuarto de porquería donde vivo es un palacio. Me gusta mirarla desde mi ventana cuando sale del trabajo. Enciendo un cigarrillo y al tercer pucho ella sale.
Hay un tipo que la espera todas las tardes. Conduce un Volvo último modelo, el sujeto tiene plata y sabe de autos. Los gélidos suecos hacen buenos autos, es las pocas cosas que saben hacer.
Nunca, ninguna vez el tipo se ha bajado a abrirle la puerta del auto a Melissa. Ni con luna, ni con sol. Se queda apernado al asiento como un imbécil. Ella sube al auto, le da un beso, a veces el tipo ni la mira. Y se van. Y yo los sigo mirando con todas mis miserias.
Hoy me echaron del trabajo, se veía venir, mis dedos agarrotados por la artrosis dejaban caer cosas. Veré hasta donde llego…
Pero un día, un puto día de estos voy a bajar a la calle y al infeliz del Volvo le pondré en la cabeza el 38′ que tengo para despacharme de este mundo.
Le voy a pedir gentilmente que se baje del auto y le abra la puerta a la dama como un caballero.
Eso haré, un puto día de estos.