El texto a continuación forma parte del ensayo “El Centrinaje, marca indeleble de la idiosincrasia chilena”, cuyo autor es Arturo Alejandro Muñoz. La Historia de Chile como nunca te la contaron.
Por Alejandro Muñoz
Fuente: POLITIKA
El escritor e
investigador Ricardo Figueroa hurgó en la voluminosa documentación existente
sobre esa batalla, que se ha dado en llamar “el desastre de Rancagua”, y
parió una obra seria, estructurada y escrita con la visión de un ingeniero. Una
obra que resulta ser aporte indiscutible para comprender los acaecimientos de
los albores de nuestra independencia (“El desastre de Rancagua”, Centro Gráfico
Prisma, Santiago, 2003).
¿Qué ocurrió, realmente, en la rancagüina
plaza por cuatro calles crucificada, como excelentemente señala el autor?
Guiados por la documentada objetividad de
Ricardo Figueroa, entendemos los orígenes de la severa e inexcusable pugna
existente entre los principales caudillos criollos de esa época. Una lucha
soterrada por conseguir la administración de un país naciente, ora a nombre de
la Patria aún difusa, ora por responder a requerimientos de una organización
secreta y continental, ora por burdas veleidades personales.
Tanto la familia de los Carrera como la de
O’Higgins pertenecían a una clase social privilegiada en posesiones, dinero y
apellidos, lo que por cierto no era óbice para exudar un sincero anhelo de
libertad. Ello ocurría de la misma laya en toda la América hispana. Simón
Bolívar, por ejemplo, era el joven más rico de Caracas, así como Sucre y
Artigas mostraban extensas propiedades agrícolas allende los Andes. Solamente
José de San Martín y Manuel Rodríguez parecen haber sido los menos afortunados
en materias económicas.
En cambio, el pueblo campesino y laborioso no
manifestaba mayor entusiasmo con las ideas independentistas, demasiado
acostumbrado quizás a la obediencia servil y obsecuente de sus patrones-amos,
independientemente del origen o nacionalidad que estos pudiesen tener. En
cambio, a quienes poseían vastas extensiones de tierras o comercios
significativos, la independencia del naciente país les resultaba económicamente
beneficiosa, ya que deseaban liberarse de las trabas impuestas por la
insaciable monarquía ibérica que les amarraba a un sistema injusto y poco
rentable.
Digamos entonces que un importante porcentaje
de chilenos (específicamente, el pueblo campesino y el “roto” citadino),
declinaba apoyar con decisión la posibilidad de gobierno autónomo, ya que los
hispánicos le resultaban patrones lejanos, no así sus amos locales que les
explotaban desde muy cerca. Es por ello que casi el 80% de las tropas reales
dirigidas por el general Mariano Osorio, estaba compuesto por chilenos del
sur... penquistas, chillanejos, valdivianos y chilotes.
A este respecto, José Zapiola, artista de
fuste que vivió intensamente la lucha independentista, aseguró que “no todos
los jóvenes chilenos se entusiasmaron con la revolución”. Luego, agregó: “algunos
de los revolucionarios, como Manuel Rodríguez, nos dieron el modelo de los
politiqueros y los bochincheros de más tarde. Rodríguez fue un admirable
guerrillero, cuando las guerrillas servían un ideal. Pasado su tiempo el
guerrillero se convirtió en peligro público".
Joaquín Edwards Bello, escritor, poeta y
ensayista, asegura en su obra “El Bisabuelo de Piedra” (Edit. Nascimento,
Santiago, 1978), a este respecto: “Digamos de una vez que en la revolución
de 1810 hubo mucho de politiquería y de ansias de poder, disfrazadas de
patriotismo”.
Además de haber sido aquella una lucha
independentista, en alguna medida fue también una guerra civil que puso frente
a frente dos zonas muy identificables del país. El centro, con Santiago a la
cabeza junto al apoyo tibio de ciudades como Valparaíso y Coquimbo, y el sur
espléndido, donde Valdivia y la isla grande de Chiloé mantenían férrea lealtad
a la corona española.
Mariano Osorio desembarca en Talcahuano con
600 soldados españoles y avanza tropas hacia Chillán y Talca, aunando
voluntades criollas para recuperar el reino y, de paso, intentar la reconquista
del Virreinato del Plata atacando la provincia de Cuyo desde territorio
chileno.
En el mismo momento que el general español
pone pie en nuestro suelo, O’Higgins y Carrera dirimen sus diferencias
enfrentándose en una batalla fratricida que deciden posponer una vez enterados
del arribo de nuevas tropas hispánicas venidas desde el viejo continente.
Con un ejército de cinco mil setecientos
soldados (chilenos del sur, la mayoría de ellos), Osorio se acerca a Santiago.
La independencia de las colonias americanas comienza a tambalear y Rancagua
resulta ser el último escollo. Allí se atrinchera O’Higgins con tres
divisiones, mientras la división restante, al mando de Carrera, espera en
Angostura de Paine. Merced al momento crucial que vive la causa libertaria, las
odiosidades personales han sido abandonadas, aunque sólo temporalmente, ya que
ellas subyacen en el fondo de las almas esperando mejor ocasión para salir a
flote, pero afloran torpemente las ópticas diferentes en cuanto a cómo y dónde
detener el paso de Osorio.
Durante dos días, la gesta de Rancagua
alcanzó ribetes de leyenda. Fue David luchando una vez más contra Goliat. Pero
ahora el triunfo cayó en manos distintas.
La derrota de las armas patriotas señala un
nuevo destino, pues será necesario recurrir a apoyos externos para liberar el
país ya que los líderes de la revolución independentista chilena carecen
realmente de capacidad suficiente para estructurar un ejército, implementarlo,
entrenarlo y, lo que es principal, convencer a la población respecto de la justicia
de sus ideales.
En los avatares de las discrepancias y
odiosidades personales que caracterizaron el desastre patriota del año 1814 en
Rancagua –y que alcanzarían su clímax trágico con el fusilamiento de los
hermanos Carrera en Mendoza y el asesinato de Manuel Rodríguez en Til-Til- se
encuentra la semilla del fenómeno que hemos dado en llamar “centrinaje”
chileno....una forma ya no de hacer política o de afrontar deberes, sino un
modelo de vida social repudiable que afortunadamente no ha contaminado del todo
a nuestros compatriotas de los extremos del país.
O’Higgins y Carrera se odiaban… y lo
demostraron en los hechos concretos, aunque intentaron esconderlo en sus
comunicaciones oficiales. Dos aristocracias de diferente cepa se enfrentan para
conducir la nación. Una –la de José Miguel- es la añosa clase agrícola y
terrateniente, católica ultramontana hasta los huesos. La otra –la de Bernardo-
es la pujante y naciente clase nueva, más minera y comercial, que encuentra
solidez en la conformación de sociedades secretas interamericanas, con raíces
filosóficas franco-inglesas más que hispánicas.
Es tan insoslayable lo que hemos afirmado,
que los militares españoles –conocedores del “centrinaje”, por
formar ellos parte de él– una vez que hubieron detenido y encarcelado a los
hermanos José Miguel y Luis Carrera en Penco y Chillán, permitieron que el
astuto comandante hispánico Urrejola les liberara de la prisión para que
viajasen a Santiago, se apoderaran del poder y dividieran insanablemente las
tropas chilenas. Y así ocurrió, pues José Miguel Carrera derrocó al Director
Supremo Francisco de la Lastra, provocando las iras de los soldados al mando de
O’Higgins, que se encontraban acantonados en Talca, dirigiéndose de inmediato
hacia Santiago para enfrentar a los hermanos Carrera en la batalla de las
Tres Acequias, dando tiempo a Mariano Osorio a desembarcar sus tropas en
Talcahuano.
Ambos próceres –y es algo necesario de
reiterar- carecían realmente de cualidades administrativas y dirigenciales para
conformar no sólo un ejército libertador, sino también para construir el punto
de encuentro a partir del cual la joven nación lograse aglutinar conciencias,
voluntades y esfuerzos. Por ello es posible explicarse el desaguisado final en
Rancagua y, lo que es aún más delicado, comprender por qué Chile debió buscar
refugio y apoyo en el extranjero para obtener su liberación.
Era tan prístina la opinión de los criollos
chilenos respecto de la incapacidad de gobernar manifestada por sus líderes,
que ofrecieron primero a San Martín el timón de la república. Al declinar este
el ofrecimiento, sólo quedó el Brigadier chillanejo como posible mandatario.
Hay quienes afirman que los primeros pasos de
la patria fueron ordenados desde Argentina, pues precisamente allí se encontraba
la flor y nata de la logia lautarina. Entendamos que el Ejército
de los Andes no fue una creación del gobierno argentino, sino de un gobernador
de provincia, José de San Martín, que ni siquiera tenía ascendiente relevante
en el gobierno central en Buenos Aires.
Una buena prueba de lo mencionado en estas
líneas es posible encontrarla en los párrafos de una carta que el año 1816
escribió Manuel Rodríguez al general José de San Martín. Lea usted y
reflexiones (las palabras son del guerrillero):
“Los chilenos no tienen amor propio ni la
delicada decencia de los libres.
“La envidia, la emulación baja y una
soberbia absolutamente vana y vaga son sus únicos valores y virtudes
nacionales...
“La nobleza se llena sin protestar su
preferencia a los moros, que a vivir con los españoles y se entiesan...
“El pueblo medio es infidente y
codicioso...
“Los artesanos son la gente de mayor razón
y de más esperanza...
“La última plebe tiene cualidades muy
convenientes. Pero anonadada por constitución de su rebajadísima educación y
degradada por el sistema general que los agobia con una dependencia feudataria
demasiado oprimente, se hace incapaz de todo, si no es mandada por el brillo
despótico de una autoridad reconocida...”.
Lo dijo el guerrillero… y
de ese Chile procedemos.