miércoles, 5 de enero de 2022

El Arte Del Soneto

Opinión escrita por Luis Fraczinet.

Se dice Poeta porque escribe Poesía, se dice Novelista porque escribe Novelas, se dice Cuentista porque escribe cuentos… Yo prefiero llamar Escritor al que plasma en palabras su espíritu inquieto, al que mantiene sus manos en extrañas dinámicas, entre la calma que da espacio a las imágenes de su mente y la desesperante angustia por apurar la tinta de las palabras cuando el fuego aún está latiendo. 

El contenido es la imaginación, es la experiencia, es la razón que se cobija en los escondites de cada ser humano. La forma es el ritmo, es el canto, es la regla a la que se someten las palabras.


Juntos, Contenido y Ritmo son Pasión, y la pasión es belleza y ésta exige seguir hasta llegar a la pureza, seguir experimentando hasta el desvestir de las pasiones. Ahí es cuando nos detenemos, miramos nuestro entorno, viendo los pasos andados y decidir entre avanzar, cambiar o, ignorar con la desidia nuestro potencial. Quienes avanzan construyen sin cansancio, quienes cambian experimentan otras formas… otros ritmos donde poder calzar. Y ya sabemos que quienes se estancan, quien decide detenerse… muere en vida.


En Poesía avanzamos o cambiamos y pocos poetas de “éxito” (en su producción de títulos o la llegada a los lectores) se mantienen desarrollando uno o dos estilos a lo mucho. Me imagino la prosa de un Whitman, cuando lo leí, por primera vez, ví como me llovían imágenes cada una de ellas corriendo por llegar a mi. Me imagino los versos en rima de un Gustavo Adolfo Bécquer, que en la juventud de un aspirante a poeta saturan con la belleza del romanticismo histórico de la literatura. Recuerdo la prosa de Alicia Pereda Saavedra, pero por sobre todo su declamación. En el Mercado de Chillán recuerdo la fuerza que sentí, el estremecer de esa mujer declamando el poema “Viva Chile Mierda” de Fernando Alegría. 


Pero la mayoría, particularmente en sus inicios, experimentamos, probamos las reglas, buscamos el ritmo, una y otra vez hasta que sentimos que lo creado es reflejo puro de lo nuestro. Entre los estilos que más me han inquietado es El Soneto. Tiene reglas que nos marca la métrica, tiene un ritmo que nos obliga a trabajar cada palabra que se articula para la construcción del poema. La descripción de la técnica se la dejo a otros. Por mi parte solo he escrito 7 sonetos, pero cada uno de ellos me llevó un desgaste emocional muy potente en su construcción. Los recuerdo con cariño porque sacaron lo mejor de mí antes de publicarlos. Pero fue hace mucho tiempo y perdí algo que me obligaba a escribirlos. 


Admiro y respeto a quienes osan escribir sonetos entre sus obras, porque conozco el trabajo que hay tras cada uno de ellos. Por una maravilla humana, siempre hay quienes los mantienen vigentes y hace unos días me crucé con uno que me hizo revitalizar su sentido y belleza. Dejo de escribir y les transcribo un soneto del Poeta Andrés Rodríguez Aranís, que me hizo tirar lápiz sobre estas opiniones o sentires.





Hace unos años, cuando yo vivía,

(yo no sé por qué cuento estas cosas),

y era diciembre y habían dos rosas

colgando del mundo, que se caía,

 

pensaba en un muerto que iba y venía.

Era treinta y uno y la gozosa

botella de vino como la fosa

donde es blanca la noche y negro el día.

 

Hace unos años, cuando me sentaba

en la esquina atroz de una copa brava

haciendo soñar el sueño en sordina;

 

hace tanto, hace poco, hace hoy, pienso

quel vivir es un derrotarse inmenso

en este juego ques besar espinas.

 

Andrés Rodríguez Aranis

 



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